martes, 23 de diciembre de 2008

Salir a comprar

Antes de venir a Argentina, cometí el grasso error de ir a comprar unos regalitos a Oxford Street (que viene a ser “la” zona comercial de Londres) un sábado al mediodía. Yo buscaba una tienda de ropa famosa por ser barata (y explotadora), en misión “no comprar nada de más de 10 libras” (si tienen familia numerosa me van a entender).

Entonces, gracias a mi instinto sabueso, consigo encontrarla entre los cinco millones de locales que hay ahí, y ya desde la puerta me dí cuenta de que la cosa no iba a ser fácil. El espectáculo era cuasi dantesco: una horda femenina en pie de guerra, un malón de mujeres dispuestas a sacrificarse ellas mismas con tal de conseguir talle en esa super oferta rebajada de liquidación. El “todo vale” del retail: codazo, pisotón, tironeo... usar cualquier superficie reflectora como probador y secuestrar empleados hasta que te consigan lo que querés (por más que nunca lo vayas a usar).

Hay una urgencia ahí, una pulsión incontenible y engañosa. No hablo “desde afuera”, porque no hay afuera. Todos estamos más o menos condenados al deseo. Esta vez, aunque sea, sirvió para sentirme Papá Noel por un rato.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Porteña

Esto está bastante abandonado. Es el tiempo puro, sin horarios ni obligaciones, que me vuelve una chanta total. Sepan disculpar y tolerar, va a ser así por unos meses más.

Londres quedó atrás (por ahora) como un sueño. Las noches de verano de Buenos Aires están tal cual como las dejé. La esquina de Corrientes y Callao me pertenece.

Ver acá gente que he conocido en Londres levanta un puente extraño entre mis dos vidas. Es casi surreal estar comiendo una fugazzetta en La Continental a las tres de la mañana con Alex, cuando fue con ella con quien estuve tomando tecitos en los bares de Londres al atardecer. Es surreal pero también acorta un poco la distancia simbólica, que es mucho más que dieciocho mil kilómetros.

Así voy transitando esta época-tránsito, recuperando la fuerza a través del sol.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Oh Bahia


A medida que dejaba atrás el aeropuerto, Salvador de Bahia se fue presentando como un masacote húmedo de cuerpos y autos en movimiento, una olla en ebullición. Más tarde, pateando las calles menos turísticas (como una turista que reniega de su condición, un proyecto de flâneur) yo misma fui parte de ese Once gigante a 35°, temperatura constante.

La favela atraviesa la ciudad. Ahí está, por donde se mire, ese cúmulo de chapas, ladrillos huecos, lonas, ropas colgadas, dándole a Salvador un aire de obra en construcción, de algo no terminado.

Mientras los londinenses invierten en sus casas porque pasan mucho tiempo ahí (y porque tienen con qué), los bahianos apenas van para dormir, viven en la calle, en el bar, en la playa, en cualquier lado menos en esos cubos calurosos y precarios.

Cada lugar que conozco corre los márgenes de mi idea sobre las posibles formas de vivir. Londres es límite, ley. Salvador es desmesura, desborde. Dos extremos que se ignoran mutuamente.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Eppur si muove

Desde que salí de Londres, hace casi dos semanas:

tomé un subte y después otro (llegué al aeropuerto), un avión (llegué a otro aeropuerto), otro avíón (llegué a Ezeiza), un remis hasta la casa de Ana, un colectivo a lo de Ramón, un taxi a lo de mi viejo, otro taxi de vuelta a lo de Ana.

Un tren a Retiro, un micro a Tandil, un remis a casa. Al día siguiente, otro remis a la terminal, un micro a Buenos Aires, un tren a lo de Ana. Un poco más tarde, un remis a Ezeiza, un avión a Salvador de Bahia. Me subí a un auto hasta la casa de Marcela, a varios colectivos y taxis en los siguientes cuatro días, y otra vez al auto para ir al puerto.

Tomé un catamarán a Morro de São Pablo (vomité dos veces), un barco hasta Valença y una lancha hasta Boipeba. Dos días después otro barco a Torrinhas y de ahí un bondi a Nilo Peçanha, donde tomé otro micro a Ubaitaba (y vomité dos veces más). Ahí tomé un micro a Eunápolis (para mí "Nápoles", hasta que lo ví escrito en el mapa) donde tomé un colectivo a Trancoso, que paró a mitad de camino para cambiar por otro más rápido.

En Trancoso, al otro día, tomé un bondi a Caraiva, y cuando llegué, crucé un río en bote (al lado iba un caballo nadando). Hace casi dos semanas que salí de Londres, y acá estoy.

sábado, 25 de octubre de 2008

Bits and pieces

Algunas cositas curiosas de la vida cotidiana:

- Un juego de sábanas, en Argentina, consta de una sábana de abajo, una de arriba y una funda de almohada. En Inglaterra casi no se usa la sábana de arriba, y un juego de sábanas está compuesto por una funda de acolchado y fundas de almohada. La sábana de abajo viene aparte.

- Los pobres borrachos de Londres (o sea, los “oficinistas-after-office” con varias pintas de cerveza encima) sufren de un déficit en la capacidad de discernir si están meando en el baño o en la pared del vecino. Increíblemente, es un padecimiento más grave en Londres que en Buenos Aires. Pobres.

- No existen las cerrajerías per se, siempre están dentro de otra cosa: una tintorería, una tienda de remiendo de zapatos, una ferretería...pero la cerrajería, como ente diferenciable, no ha logrado aún la independencia en este país.

- Muchas cuadras no tienen baldosas en las veredas: puro cemento, a la que te criaste.

- La gente le pone leche al té. El mismo afan con que nosotros cortamos el café, ellos lo aplican al Earl Grey.

Como dice el refrán, en la suma de las diferencias está la causa de que te sientas extraña.

lunes, 20 de octubre de 2008

Cine

A veces se me da por pensar que la gente en Londres no hace más que ir de shopping y tomarse una cerveza en el pub. Que los museos son “consumidos” como versiones cultas de un fast food. Que las expresiones artísticas tienen más que ver con el mercado que con la comunidad (para bailar tango, hay que garpar siempre, no existe la idea de ir a una plaza y encontrarte una milonga a la luz de la luna).

Y otras veces me digo que no, que tampoco es para tanto. Como ayer, en el London Film Festival: una masa humana desbordante para ver Caos calmo, una italiana protagonizada por Nanni Moretti (por supuesto, nadie hizo cola para entrar, otro caso “a lo bus stop”).

Toda esa gente ahí, esperando para ver una película de Moretti... no todo está perdido, entonces. Y al final, una de esas sorpresas que Londres tiene guardadas: el mismísimo Nanni ahí, hablando con el público, un poco incómodo, y tan genio como siempre.
Ergo, lo que mata no es la humedad, sino el prejuicio.

martes, 14 de octubre de 2008

domingo, 12 de octubre de 2008

Triste descubrimiento acerca de la humanidad

Una de las cosas que descubrí cuando llegué a Londres, con este vergonzante balbuceo en inglés que llevo como una mochila, fue que la gente no se comunica: sólo quiere hablar. Aunque la mayoría de las veces no cazaba ni jota de lo que me decían, con mirar al tipo a los ojos y asentir con la cabeza, más algún que otro “ahá” o “I know”, listo el pollo.

Este triste descubrimiento acerca de la humanidad (sí, me encanta el tremendismo) por un lado me bajaba el nivel de estrés ante cada nueva situación comunicativa. Por el otro, me generaba un cuestionamiento incómodo: ¿yo también soy así? me preguntaba, con altas probabilidades de una respuesta afirmativa.

Debe ser el tipo de cosas que se mueven adentro cuando uno se mueve afuera, se traslada, emigra del lugar confortable, conocido. Debe ser.

domingo, 5 de octubre de 2008

Bus stop

En la parada del bondi, la gente se acumula de forma distraída, aleatoria. Como quien no quiere la cosa, uno llega y se para en
c-u-a-l-q-u-i-e-r lado, no importa el orden. Ok, digo yo, y hago lo mismo. Supongo que cada uno se acuerda quién está primero, pienso, y sigo con cara de que la tengo re manyada.

Viene el colectivo y me doy cuenta de que no, de que todos se amontonan a lo ganado para subirse, cero respeto. Y entonces el que llegó último sube primero y el que hace dos horas que espera, se jode. La selección natural urbana.

Es loco, pero lo más loco es que nadie se queja, nadie dice nada. La fila es un quilombo, pero por alguna regla no escrita, todo el mundo es demasiado “educado” como para protestar contra algún piola.

Misterios de la máquina londinense. De este gigante entramado de hombres y costumbres. Andá a colarte en la cola del 168 en Puente Saavedra, pienso yo, y después contame.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Sol


El último coletazo del "verano" (así, entre comillas) en Greenwich Park. Como cada vez que hay una gota de sol, los londinenses marchan hacia el verde a recordar que hay un cielo, con la molesta incertidumbre de no saber cuánto tiempo durará.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Como un relojito

Una vez escuché a una nena de unos cinco años, hablando con otra de la misma edad, decir “to be precise...”(para ser precisos) y continuar con la explicación de algo que no llegué a escuchar. ¡Cinco años! Cinco años y ya han abrazado modismos como ése que, para ser precisos, me lleva a pensar en toda esta cosa de la exactitud inglesa.

Es cierto que cuando acá comprás algo por 99 peniques y te dan 1 de vuelto es porque la plata vale, los centavos valen (más que en Argentina). Pero también porque es “precisamente” justo y riguroso.

En 31 años allá, y siendo nieta, sobrina y ahijada de zapateros (!), nunca vi que se le midieran los pies a nadie, para constatar si es número 11 u 11 ½, o los dos a la vez (en un pie y el otro, respectivamente). Para ser precisos.

En 31 años de cocinar torta fácil, torta sin huevo, torta rápida, y hasta budín inglés, nunca supe lo que era una “teaspoon”. De hecho, cuando lo leí en un libro acá, pensé “ah...ok, una cuchara de té”. Hasta que una amiga me mostró que era una cuchara especial, que viene en set con otras, como un manojo de llaves de mecánico. Para ser precisos.

Tanto fanatismo por la medición me genera un poco de rebeldía adolescente. Hasta que encuentro el desborde y la imprecisión en otras cosas: la desprolijidad de la vereda, la demora del tren... Ahí se me pasa. Ahí me doy cuenta de que lo que se contiene por un lado, explota por el otro, como una metáfora escatológica que compensa los extremos. Qué Londres bipolar, que lo parió.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Al pan, pan

“Londres te pone cuatro, cinco kilos” me dijo una amiga que vivió acá diez años. Y yo lo sello, lo firmo y lo certifico. ¿Es el frío? Puede ser. ¿La vida hogareña? También. Pero seguro que, además, colabora la oferta alimenticia infinita y multicultural a precios nada picantes.

Mis gustos están cambiando. O mejor dicho se amplían. Nunca antes había probado
queso brie, o taramasalata, y ahora son parte de mi dieta básica. El sushi dejó de ser algo de copetudos fashion, y, en lugar de empanadas, el delivery trae comida india.

Claro que tampoco he encontrado una pizza decente, digamos...real. Es increíble cómo le meten el perro a la gente haciéndole creer que ese masacote gomoso y grasiento es la tradición italiana hecha alimento. En cuanto a los helados, no hay nada, pero NADA que tenga un mínimo denominador común con el chocolate amargo de Volta (qué tiempos aquéllos).

Vengo leyendo varios blogs y post y cosots sobre la “adaptación” de los que se fueron. No emito opinión porque no lo tengo claro ni para mí. Pero si tal cosa existiera, debo decir que en mi caso, la comida (tan íntima y tan social a la vez) algo tendría que ver en el asunto. Por ahora sólo se trata de descubrir esas pequeñas mutaciones de la vida cotidiana. Porque somos lo que comemos, en más de un sentido.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Y dale con las diferencias

Sí, estoy un poco densa con esto de categorizar, pero ya saben: las etiquetas, los casilleros, las tablitas me tranquilizan, me acercan lo inasible, me permiten entrarle a la cosa por algún lado.
Desde que llegué, hace seis meses ya, tuve la sensación de que en Londres hay menos pobres que en Buenos Aires, pero también más locos, más alienados.

Que los londinenses viven mucho adentro de las casas. Por el frío, por la lluvia, porque lo único gratis es el aire, porque no es fácil apropiarse de esta inmensidad urbana, o qué se yo por qué.

Que “el” lugar de socialización es el pub, y entonces qué truchez de socialización: una excusa para emborracharse o para hacer lobby después de la oficina, pero de comunicación auténtica ni hablar.

Que la policía trabaja más o tiene más trabajo, porque en mi vida escuché tantas sirenas de patrullero en un solo día.

Que los kioscos de diarios rebalsan de magazines cholulas, pero ni una revista cultural o de análisis político (a lo sumo, me dijeron, se venden por suscripción).

La lista sigue y empareja un poco la balanza. La gente acepta la diversidad, no la “tolera”. El medio ambiente, los derechos del consumidor, la protección de la niñez no son entelequias. No hay pibes cartoneando, el yogur más básico anuncia que no contiene colorantes artificiales, hay mucha gente que ha adoptado la querida bolsa de los mandados para ahorrar plástico... Y como toda lista, no es exhaustiva.

Discúlpenme esta compulsión maniática de archivera vieja. Qué le vamo' hacer... ya aprenderé a desclasificar(me).

domingo, 17 de agosto de 2008

Tránsito

A riesgo de ser esquemática, me atrevo a decir que tres cosas nos diferencian de los londinenses en cuestiones de transporte: manejan despacio, ceden el paso y hacen señas (contrariamente a lo que dicta la tradición argentina, si un tipo va a doblar, pone el guiño; y si pone el guiño, dobla). Eso hace que se den situaciones muy extrañas para oriundo de la Santa María del Buen Ayre, a saber:

- en un cruce de dos calles doble mano, cualquiera puede doblar para cualquier lado

- se puede estacionar en contramano (provocando el subsiguiente pánico de los ciclistas abatatados que pensamos que nos equivocamos de calle)

- hay sendas peatonales sin semáforos, que al solo contacto con el dedo gordo del pie de un transeúnte genera la clavada de frenos de cualquier rodado cercano

- el semáforo, después de la luz roja y antes de volver a dejar circular libremente a los autos, atraviesa una etapa intermedia, un parpadeo ambiguo que significa “prioridad pero no exclusividad” para los caminantes; con lo cual si no hay peatón a la vista el coche puede pasar

Ahora, un simple ejercicio de imaginación: ¿se dan una idea del caos que sería permitir todo eso en Buenos Aires?

No sé si acá es posible porque los ingleses (o la mayoría) son obedientes por default o porque el respeto se forjó a fuerza de multas carísimas, pero la cosa funciona. Habiendo padecido mi vida sobre dos ruedas en Argentina, debo decir que éste es uno de los detalles del “modo de ser” británico en que no me molesta cierta tendencia a la genuflexión.

domingo, 10 de agosto de 2008

Polvo

Tengo alergia. No sé a qué, pero la evidencia es terminante: me lloran los ojos, siento que me creció un hormiguero adentro de la nariz y estornudo cada vez que puedo, con una sensación de alivio escatológico.

Tiene que ver con Londres, eso seguro. En ocho años de trabajo entre papeles del siglo XIX nunca sentí la más mínima comezón. Ni los famosos plátanos de Buenos Aires me hicieron su víctima por aquella época.

Espero que sea una cuestión veraniega, el polen de alguna planta en extinción o algo así. Llega a ser alergia al polvo y estoy frita. Londres es la ciudad más polvorienta que conozco (bah, tampoco conozco muchas). Un día le das a la gamuza con Blem como una maniática (biblioteca, muebles, puertas, gato), tres días después ya tenés una superpoblación de partículas instaladas de nuevo. Ocupas tenaces, que le dicen.

Supongo que el fenómemo tiene que ver con el ritmo de vida londinense, tan vertiginoso. Pero ni idea si es la polución o la gente, que se gasta más rápido acá.

lunes, 4 de agosto de 2008

Pilcha

Pasa que en esta ciudad la gente no se viste: se echa la pilcha encima. Todo el mundo tiene algo de descuidado en la ropa, de puesto así a la que te criaste. Y de la plancha ni hablar, un artículo arqueológico para los ingleses por lo visto. Y eso que ni me meto con el tema de las combinaciones, que es un capítulo aparte.

La cosa es que hay una desprolijidad reinante, aceptada, tal vez hasta buscada, quién te dice. Y quizás ése sea uno de los vestigios punks más auténticos de Londres. Antes que los chicos prefabricados con cresta y chupines, seguro.

miércoles, 30 de julio de 2008

Doméstica

Me pongo doméstica. Porque esta ciudad-monstruo reclama un hogar. El lado oscuro de Londres (sus alienados, sus borrachos, sus estúpidos) exige, como contrapartida, un panettone sobre el piano, o una panza de gato que besar, o unas empanadas con amigos, o una siesta echada en el pasto del jardín, algo.

Ese calorcito que no tiene nada que ver con ser cortés y decir please y sorry y thank you y sonreír. Hablo de aquerenciarse, de abrazarse, de comunicarse.
Me pongo doméstica porque esta intimidad es lo que me trajo hasta acá, tras doce mil kilómetros de dudas. Y es también lo que sostiene el viaje, la aventura, la locura.

jueves, 24 de julio de 2008

Postal dominguera

Otra plácida instantánea de los parques londineses: Hyde Park al atardecer.

viernes, 18 de julio de 2008

Clima

En Londres se habla del clima como en Buenos Aires se habla de política. Es la charla obligada, el tema que rompe el hielo en el taxi, en el ascensor o en el mercadito de la esquina.

No hay duda de que los lugares comunes facilitan la cosa comunicativa, acá y allá, pero me asombra lo arriesgados que somos a la hora de establecer una fórmula para la interacción. Son distintos grados de compromiso: el comentario vacío de “uy…cómo llueve” y la opinión desgarrada de “en vez de avanzar, en este país vamos para atrás”.

Me dice una fuente confiable que el tópico del clima en Londres tiene que ver con “lo ingobernable” (y sabemos que es algo que puede volver loco a cualquier cristiano). Tal vez también haya un poco de eso en las críticas de dos pesos del tachero porteño, como un sentimiento de que el asunto se va de las manos. Sólo que lo que está “fuera de control” en un caso es el viento y en el otro, un país.

¿Hay algo más impersonal que hablar del clima? La conversación se desliza sin sobresaltos, no sólo porque es materia archiconocida, sino también porque el objetivo de no discrepar está garantizado. A lo sumo se puede blasfemar contra el servicio meteorológico.

No pasa lo mismo cuando se trata de política, claro. El comentador se expone, exhibe una parte de sí cuando juzga. El terreno es inevitablemente personal, y social: da la casualidad que eso que elegimos en Argentina como lugar común de las conversaciones casuales es algo que nos afecta a todos. Más aun: somos nosotros mismos.

martes, 8 de julio de 2008

Campo

Fin de semana con amigos en la campiña inglesa. Dejamos Londres en tren, munidos de bicicletas, frutas, velas y bolsas de dormir. Hora y media de viaje vía Cambridge y ya está. Pensándolo bien, no hay mucha diferencia con irse a pasar el día a San Antonio de Areco. Sólo que…no sé, el campo parece más campo acá.

¿Será porque la ciudad también parece más ciudad? ¿Será porque en Buenos Aires sentía que, desperdigados y medio escondidos, todavía podía encontrar pedacitos de campo en la ciudad? ¿Será porque Londres parece tan abrumadoramente urbana?

Por lo que sea, cuando el verde empezó a abrirse paso en la ventana del tren, fue como una excursión a otro planeta. El pasto siempre me pareció de un verde diferente en Inglaterra. Tiene como una fosforescencia rabiosa. Cuando en Argentina hacía zapping buscando alguna peli inglesa, la prueba del pasto nunca fallaba. Era matemática pura: si el pasto era fosforescente, el film era inglés.

Finalmente llegamos a Brandon, nuestro destino. Ahí nos esperaba un bautismo pagano en un río de aguas gélidas y musgosas. Y también unas tortafritas.

lunes, 30 de junio de 2008

Lesbos

Londres le depara a uno experiencias inverosímiles. Como la de estar pasando en bondi por pleno “microcentro” y de pronto descubrir un cementerio medieval. O como la de caminar por un barrio residencial a la noche y encontrar un zorro en el medio de la calle. O como la del sábado pasado: entrar a un parque y bañarse en un lago sólo reservado para mujeres, en un entorno digno de Sueño de una noche de verano.

Sí, en el corazón de Hampstead Heath (a veinte minutos del centro de la ciudad), rodeada de un bosque encantado, hay una isla de Lesbos oculta. Con mujeres de todos los tipos, edades y tamaños, alejadas de cualquier decoro inglés y de la tiranía de la moda: la mayoría ni siquiera usa traje de baño, sólo una bombacha ordinaria y topless.

A la entrada, los carteles advierten, so pena de descuartizamiento en Trafalgar Square: “ladies only”. Un poco más allá, una máquina expendedora de entradas que, otro dato inverosímil en un pueblo tan respetuoso de las reglas, casi nadie usa. Y al final del sendero: ese paraíso de féminas, esa reivindicación de las sociedades matriarcales.

Yo celebro la caja de Pandora londinense, agradezco el solcito y la brisa tibia, y me voy a dar un chapuzón al lado de los patos.

lunes, 23 de junio de 2008

Cana

La policía londinense y la porteña son muy diferentes, eso es una verdad de perogrullo. No es sólo porque una trabaja y la otra… bue, la otra manguea pizza y manda mensajes de texto. Hay algo más, algo anclado en el imaginario social. El policía de Londres es todavía un humano, un simpático custodio del orden, incluso diría una autoridad confiable (a pesar de todo el terreno que ha ganado el discurso psicópata antiterrorista).

Lo primero que se le viene a uno a la cabeza es el clásico “bobby”, amable y desarmado. Se lo puede ver haciendo chistes con los manifestantes en una protesta. O en una esquina, respondiendo a las preguntas de los turistas desorientados, cual mesa de informes itinerante. Lo que se dice un tipo macanudo.

Hace unos días vi un afiche en el subte invitando a ser “policía voluntario”. Así como leyeron: cana ad honorem. ¿Se imaginan eso en Argentina? Imposible. Si acá se puede es porque hay todavía cierto capital simbólico, un orgullo, un prestigio en ser policía. No hay ruptura entre sociedad civil y fuerzas de seguridad: policía y ciudadano están en la misma vereda.

Y hace rato que eso no es así en Buenos Aires. Que tenemos tantas razones para sospechar de un policía como ellos de nosotros, o tal vez más. Sobre todo, si los pescamos saliendo de una panadería.

viernes, 20 de junio de 2008

Tres ladies

Una "lovely" postal del verano londinense: domingo a la tarde en Parliament Hill.

viernes, 6 de junio de 2008

Un poco personal

Permítanme este desliz melanco y algo infantil, si se quiere.Recuerdo mis primeros días en Londres. Me recuerdo a mí, caminando por Kentish Town Road con la sensación de que había otra Florencia en Buenos Aires, una que seguía yendo a trabajar como siempre, como si nada hubiese pasado. Un desdoblamiento involuntario. ¿Un mecanismo psicológico para amortizar el shock del cambio? Qué se yo. Lo que sé es que hay algo de la existencia constante, regular, inmutable que nos tranquiliza, que me tranquiliza.

Estuve unas pocas horas en Buenos Aires y quise ir a comer pizza de parado a Guerrin con mi amigo Santi (ex periodista, futuro coreógrafo, eternamente poeta de lenguaje poderoso). Y ni bien entramos a ese antro de la fritura lo vemos, paradito detrás de la caja, como desde el principio de la Historia de la Humanidad imagino yo. El tipo viene cobrándome la pizza de verdura que me pido cada vuelta desde la primera vez, hace casi diez años.

Con Santi pensamos en el alivio que es descubrir que a pesar de que uno se vaya y vuelva, haga y deshaga, se case y se divorcie…siempre va a haber un cajero de pizzería justo a la vuelta de la esquina, para demostrarnos que el mundo sigue siendo mundo.

sábado, 17 de mayo de 2008

Greeting cards

Y de repente, andando en bondi, mirando por la ventanilla como si fuera una pantalla (como si vivir en Londres fuera un reality show)…zás! me doy cuenta: esta ciudad está plagada de tiendas que venden tarjetas de saludo. Hablo de locales y locales que sólo venden “greeting cards”, SÓLO eso. No me acuerdo qué filósofo (¿era Benjamin?) proponía mirar en la basura para conocer a una sociedad. Yo diría, en este caso, mirar a sus comercios también.

El asunto es que acá si cumplís años te mandan una tarjeta, si te casás te mandan una tarjeta, si te recibiste te mandan una tarjeta, si tuviste varicela te mandan una tarjeta, si se te murió el gato te mandan una tarjeta, si cambiaste de trabajo: a que no adivinan qué pasa…

Hay toda una cosa de ser “polite” (“bien-aprendido” diría mi abuela) que urge a los ingleses a hacerse presente de un modo, vaya paradoja, bastante ausente. En Argentina ponemos más el cuerpo, me parece. No digo que seamos más sinceros. Digo que incluso si la vamos a caretear, nos hacemos cargo de caretearla: vamos al velorio con cara de pésame y hasta moqueamos un buen rato y todo (véase: Conducta en los velorios, de Julio Cortázar).

Qué se yo, es una cosa rara este mundo de greeting cards. Más protocolo que afecto, desde mi humilde opinión. Yo prefiero que me toquen el timbre, sin avisar.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Morfi

Y en este rincón…la más puritana comida orgánica, vegetariana, vegana. En el otro…la más futurista comida chatarra: del freezer al microondas y del microondas a la mesa. Luchan por el trofeo más preciado: los consumidores.

Y sí, vuelvo a escribir sobre Londres y vuelvo a hablar de extremos, de opuestos, del agua y el aceite. Por un lado, el culto a la vida sana, al regreso a la naturaleza (más que difícil en medio de una ciudad monstruo como ésta), y con eso también al yoga, a la ropa de algodón, al “slow life-style”. Por el otro, el tanque de guerra de la obesidad (endémica en Inglaterra): la comida preparada, prefrita, embadurnada en grasa, fácil y rápida.

A primera vista uno pensaría que esas bandejas de rollitos primavera con pato son un manjar (tanto como el tofu una asquerosidad), pero después de una exhaustivo trabajo de campo, debo decir que el 50% de esta “comida mágica” es basura. Sabe a basura. Es como comer plástico. Como comer algo que cocinó un robot. Lejos, lejos, muuuuy lejos de una buena pasta casera nacida de las manos de mi abuela, por ejemplo. Pasado el primer fervor, la primera locura por probar t-o-d-o, me dí cuenta de que por lo menos la mitad de esa caja de Pandora pantagruélica ni siquiera vale la pena.

En cuanto a los supermercados, pactan con Dios y con el diablo: tienen sus propias líneas de verduras orgánicas, pero también tienen sus cajitas de “fish and chips” a la crema de no sé qué cosa, listas para calentar y devorar. La mejor prueba de que tanto una opción alimentaria como la otra han sido cooptadas por el capitalismo.

Hay, sin embargo, una diferencia injusta: como la onda natural es una moda con adeptos en ascenso (el mismo gobierno la promueve con una campaña para que los británicos consuman cinco porciones de frutas o verduras por día) los precios también ascienden…y una ensalada de frutas insulsa puede costar el doble que una docena de pancitos dulces (“casi” facturas, riquísimos, para saborear sobre todo en Pascuas).

En esta ciudad, comer es más que subsistir. Es una toma de posición. Una elección de bando. Londres da para todos los gustos.

martes, 22 de abril de 2008

De newspapers y otras yerbas

En cuestiones periodísticas, Londres es una ciudad de extremos. Los mejores y los peores diarios (estoy muy tentada de decir “del mundo”) conviven en estos 1600 kilómetros cuadrados. No hace falta dar nombres y descuento que es tema de estudio en las carreras de comunicación.

Lo que me tiene sorprendida son algunas… ¿cómo llamarlo? prácticas sociales tal vez, relacionadas con los diarios. Sobre todo, con los diarios gratis que reparten en el subte.

Primero, que hablen to-do-los-dí-as de la misma gente, léase: las hijas de los íconos del punk de los ’80 (en general, tras los pasos de sus progenitores en términos de “reviente”), más una porción de Kate Moss, una pizca de Spice Girls, y un toque de algún clásico como McCartney. No importa si es la edición de hoy o la de hace un año, los personajes son siempre los mismos.

Segundo, que publiquen una columna con mensajitos de personas que buscan a otras con las que tuvieron un mínimo contacto, del tipo: “Para la hermosa dama en Central Line, el jueves 10 de abril hacia White City. Tú: blusa blanca, pantalones negros. Yo: traje gris. Nuestras miradas se encontraron, tú sonreíste. ¿Un trago?” ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta de que es algo impensable para Argentina? ¿Que si te gusta alguien en el subte, lo mirás y te sonríe, lo último que vas a hacer es publicar un aviso en el diario?

Por último: los pasajeros leen este tipo de pasquines entre estación y estación y, cuando llegan a destino, lo dejan en el asiento y se bajan. Lo dejan para el próximo pasajero, que lo toma, lo lee entre estación y estación, y lo vuelve a dejar en el asiento antes de bajarse. Como una biblioteca popular rodante. El único rasgo de socialismo que vi hasta ahora en medio de la vorágine consumista. Podría socializarse algo más decente, lo sé, pero no deja de ser un detalle simpático. Algo es algo.

viernes, 18 de abril de 2008

Los profesionales de la bici


¿Qué son? Definitivamente, una raza superior. ¿Por dónde andan? Abundan en la City londinense, pero se los puede encontrar por toda la ciudad. Hora recomendada para el avistamiento: seis de la tarde, cuando salen de las oficinas rumbo a sus hogares.
¿Cómo reconocerlos? Fácil, por la vestimenta reglamentaria: chaqueta amarillo flúo, calzas negras y mochila outdoor. Eso, más todos los otros ingredientes de seguridad vial para el ciclista (todo eso que acá llaman “be seen, be safe”): casco con luces incorporadas, flash supersónico, ojo de gato furioso, fosforescencias a granel.

Saben perfectamente hacia dónde van. Nunca dudan. Jamás se pierden. Respetan los semáforos. No hay loma que los intimide. Y van rápido. Muuuuy rápido.

Si usted anda pedaleando por ahí, cual tortuga en su humilde bici de paseo, y se topa con uno de ellos… ni lo piense: ¡hágase a un lado! Pero hágalo sin titubear, con decisión, asumiendo dignamente su inferioridad bicicletil.

La bicicleta es una institución en Londres. Por lo caro del transporte, por el caos del tránsito, por toda la cosa de vida sana y deporte que le gusta a mucha gente. Pero, como en toda institución, hay jerarquías que respetar. O, si lo prefieren: todos los ciclistas son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

miércoles, 16 de abril de 2008

Continuidad de los parques

Los londinenses adoran los parques, ni que dudarlo. Debe ser una cuestión de equilibrio, de compensar la locura que infunde la ciudad, un cable a tierra. Eso es obvio. Lo que me sorprende es que los parques de Londres un día parecen la escenografía de “Sensatez y sentimientos” y al otro, el más aterrador paisaje de “Cumbres Borrascosas”.

Si hay sol, el panorama será de lo más bucólico que puedan imaginarse, el más horripilísimo (Mafalda dixit) efecto flou. Piensen en perros de brillante pelaje corriendo detrás de su pelotita, en madres paseando a sus niños (de preferencia, rubios), exultantes deportistas transpirando vida sana, parejitas haciendo picnic… algún que otro viejito solitario gozando de la caminata diaria.

Si, en cambio, el cielo está que revienta de gris, de pesadumbre, superpoblado de gordotas nubes plomizas, escupiendo chaparrones de a ratos, entonces todo cambia.
El barro emerge como una lava negra, devorándolo todo.
Los niños se empantanan como granjeros, enfundados en toscas botas de goma.
Los perros, bestias prehistóricas, andan acechando por ahí, certeros portadores de alguna peste.
El picnic se arruina.
Desaparecen los ingenuos corredores: aparecen los guerreros espartanos en misiones heroicas.
El viejo se agarra un catarro de los mil demonios.

Así es la cosa, nomás. El Dr. Jekyll y Mr. Hyde de los parques londinenses. Para mí, uno tan estimulante como el otro.

martes, 15 de abril de 2008

Bondi


¡Las veces que me habré tomado el 24…! No hay parada sobre Corrientes, de Villa Crespo al Obelisco, en la que no me lo haya tomado alguna vez… Hasta me taladró el cerebro noche tras noche cuando viví en un segundo piso a la calle, sobre Luis Viale, a pasitos del Cid. Es “el” colectivo de mi vida en Buenos Aires. Me acompañó en tantas situaciones…

Y ayer me lo volví a tomar al 24, pero desde Victoria Station hasta Camden Town. Que es como un tour gratis por Londres. Más si uno tiene la suerte de pasar por la Abadía de Westminster justo justo cuando están sonando las campanas, justo justo para dejarse envolver por ese sonido medieval. Mejor todavía si está cayendo el sol, y el Parlamento se vuelve una caverna gótica, monstruosa, dorada, fuera de escala.

Cuando llegamos a Trafalgar Square, enclave turístico londinense “de manual”, por primera vez reparé en un imponente edificio, frente a la archifamosa National Gallery… nada menos que la Embajada de Sudáfrica. ¿Qué tal? Esa centralidad del colonialismo me sorprendió. Casi una obscenidad, diría.

Después, la Avenida Corrientes pero de Londres: Charing Cross Road, la calle de las librerías. De todo tipo, color, atmósfera y estrategia de marketing: desde las grandes cadenas con cuatro pisos y ascensores, hasta los sucuchos al mejor estilo librería de viejo de Buenos Aires. La mejor es Murder One, una que vende sólo novelas de detectives. La especialidad de la casa: Sherlock Holmes.

Viejo y querido, o nuevo y excitante, el 24 es un must (como les gusta decir a las revistas londinenses) para el bolsillo del porteño o la cartera de la inmigrante argentina.

domingo, 13 de abril de 2008

Inaugurar


“Por dónde empiezo” me dije, y me respondí: “por el barrio”. Porque, después de todo, éste es un blog que habla de barrios, de tierras, de emplazamientos y desplazamientos.
Y acá vamos con este miniaguafuerte inaugural sobre mi extraño (más por raro que por ajeno) nuevo barrio vecino: Camden Town.

Que parece que en una época, hace como treinta años, fue el epicentro del punk, así como San Telmo lo fue del tango, y ahora es poco más que una caricatura de sí mismo.
Los niños envueltos en cuero y metal, portadores de crestas dignas del talento de Miguelito Romano, son tan “pura escenografía ad hoc” como las parejas bailando canyengue en la calle Defensa.

Hay que decir, mal que nos pese, que el turismo se ha encargado de minar la autenticidad de estos lugares. Lo que otrora fue la expresión de un espíritu transgresor, hoy es una sórdida Disneylandia hecha a la medida de la expectativa del cliente. Satisfacción 100 % garantizada.

Lástima por Camden y por San Telmo, pero no por el punk o el tango, que seguro están vivitos y coleando, por algún otro lado.