sábado, 17 de mayo de 2008

Greeting cards

Y de repente, andando en bondi, mirando por la ventanilla como si fuera una pantalla (como si vivir en Londres fuera un reality show)…zás! me doy cuenta: esta ciudad está plagada de tiendas que venden tarjetas de saludo. Hablo de locales y locales que sólo venden “greeting cards”, SÓLO eso. No me acuerdo qué filósofo (¿era Benjamin?) proponía mirar en la basura para conocer a una sociedad. Yo diría, en este caso, mirar a sus comercios también.

El asunto es que acá si cumplís años te mandan una tarjeta, si te casás te mandan una tarjeta, si te recibiste te mandan una tarjeta, si tuviste varicela te mandan una tarjeta, si se te murió el gato te mandan una tarjeta, si cambiaste de trabajo: a que no adivinan qué pasa…

Hay toda una cosa de ser “polite” (“bien-aprendido” diría mi abuela) que urge a los ingleses a hacerse presente de un modo, vaya paradoja, bastante ausente. En Argentina ponemos más el cuerpo, me parece. No digo que seamos más sinceros. Digo que incluso si la vamos a caretear, nos hacemos cargo de caretearla: vamos al velorio con cara de pésame y hasta moqueamos un buen rato y todo (véase: Conducta en los velorios, de Julio Cortázar).

Qué se yo, es una cosa rara este mundo de greeting cards. Más protocolo que afecto, desde mi humilde opinión. Yo prefiero que me toquen el timbre, sin avisar.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Morfi

Y en este rincón…la más puritana comida orgánica, vegetariana, vegana. En el otro…la más futurista comida chatarra: del freezer al microondas y del microondas a la mesa. Luchan por el trofeo más preciado: los consumidores.

Y sí, vuelvo a escribir sobre Londres y vuelvo a hablar de extremos, de opuestos, del agua y el aceite. Por un lado, el culto a la vida sana, al regreso a la naturaleza (más que difícil en medio de una ciudad monstruo como ésta), y con eso también al yoga, a la ropa de algodón, al “slow life-style”. Por el otro, el tanque de guerra de la obesidad (endémica en Inglaterra): la comida preparada, prefrita, embadurnada en grasa, fácil y rápida.

A primera vista uno pensaría que esas bandejas de rollitos primavera con pato son un manjar (tanto como el tofu una asquerosidad), pero después de una exhaustivo trabajo de campo, debo decir que el 50% de esta “comida mágica” es basura. Sabe a basura. Es como comer plástico. Como comer algo que cocinó un robot. Lejos, lejos, muuuuy lejos de una buena pasta casera nacida de las manos de mi abuela, por ejemplo. Pasado el primer fervor, la primera locura por probar t-o-d-o, me dí cuenta de que por lo menos la mitad de esa caja de Pandora pantagruélica ni siquiera vale la pena.

En cuanto a los supermercados, pactan con Dios y con el diablo: tienen sus propias líneas de verduras orgánicas, pero también tienen sus cajitas de “fish and chips” a la crema de no sé qué cosa, listas para calentar y devorar. La mejor prueba de que tanto una opción alimentaria como la otra han sido cooptadas por el capitalismo.

Hay, sin embargo, una diferencia injusta: como la onda natural es una moda con adeptos en ascenso (el mismo gobierno la promueve con una campaña para que los británicos consuman cinco porciones de frutas o verduras por día) los precios también ascienden…y una ensalada de frutas insulsa puede costar el doble que una docena de pancitos dulces (“casi” facturas, riquísimos, para saborear sobre todo en Pascuas).

En esta ciudad, comer es más que subsistir. Es una toma de posición. Una elección de bando. Londres da para todos los gustos.