miércoles, 30 de julio de 2008

Doméstica

Me pongo doméstica. Porque esta ciudad-monstruo reclama un hogar. El lado oscuro de Londres (sus alienados, sus borrachos, sus estúpidos) exige, como contrapartida, un panettone sobre el piano, o una panza de gato que besar, o unas empanadas con amigos, o una siesta echada en el pasto del jardín, algo.

Ese calorcito que no tiene nada que ver con ser cortés y decir please y sorry y thank you y sonreír. Hablo de aquerenciarse, de abrazarse, de comunicarse.
Me pongo doméstica porque esta intimidad es lo que me trajo hasta acá, tras doce mil kilómetros de dudas. Y es también lo que sostiene el viaje, la aventura, la locura.

jueves, 24 de julio de 2008

Postal dominguera

Otra plácida instantánea de los parques londineses: Hyde Park al atardecer.

viernes, 18 de julio de 2008

Clima

En Londres se habla del clima como en Buenos Aires se habla de política. Es la charla obligada, el tema que rompe el hielo en el taxi, en el ascensor o en el mercadito de la esquina.

No hay duda de que los lugares comunes facilitan la cosa comunicativa, acá y allá, pero me asombra lo arriesgados que somos a la hora de establecer una fórmula para la interacción. Son distintos grados de compromiso: el comentario vacío de “uy…cómo llueve” y la opinión desgarrada de “en vez de avanzar, en este país vamos para atrás”.

Me dice una fuente confiable que el tópico del clima en Londres tiene que ver con “lo ingobernable” (y sabemos que es algo que puede volver loco a cualquier cristiano). Tal vez también haya un poco de eso en las críticas de dos pesos del tachero porteño, como un sentimiento de que el asunto se va de las manos. Sólo que lo que está “fuera de control” en un caso es el viento y en el otro, un país.

¿Hay algo más impersonal que hablar del clima? La conversación se desliza sin sobresaltos, no sólo porque es materia archiconocida, sino también porque el objetivo de no discrepar está garantizado. A lo sumo se puede blasfemar contra el servicio meteorológico.

No pasa lo mismo cuando se trata de política, claro. El comentador se expone, exhibe una parte de sí cuando juzga. El terreno es inevitablemente personal, y social: da la casualidad que eso que elegimos en Argentina como lugar común de las conversaciones casuales es algo que nos afecta a todos. Más aun: somos nosotros mismos.

martes, 8 de julio de 2008

Campo

Fin de semana con amigos en la campiña inglesa. Dejamos Londres en tren, munidos de bicicletas, frutas, velas y bolsas de dormir. Hora y media de viaje vía Cambridge y ya está. Pensándolo bien, no hay mucha diferencia con irse a pasar el día a San Antonio de Areco. Sólo que…no sé, el campo parece más campo acá.

¿Será porque la ciudad también parece más ciudad? ¿Será porque en Buenos Aires sentía que, desperdigados y medio escondidos, todavía podía encontrar pedacitos de campo en la ciudad? ¿Será porque Londres parece tan abrumadoramente urbana?

Por lo que sea, cuando el verde empezó a abrirse paso en la ventana del tren, fue como una excursión a otro planeta. El pasto siempre me pareció de un verde diferente en Inglaterra. Tiene como una fosforescencia rabiosa. Cuando en Argentina hacía zapping buscando alguna peli inglesa, la prueba del pasto nunca fallaba. Era matemática pura: si el pasto era fosforescente, el film era inglés.

Finalmente llegamos a Brandon, nuestro destino. Ahí nos esperaba un bautismo pagano en un río de aguas gélidas y musgosas. Y también unas tortafritas.