miércoles, 27 de agosto de 2008

Y dale con las diferencias

Sí, estoy un poco densa con esto de categorizar, pero ya saben: las etiquetas, los casilleros, las tablitas me tranquilizan, me acercan lo inasible, me permiten entrarle a la cosa por algún lado.
Desde que llegué, hace seis meses ya, tuve la sensación de que en Londres hay menos pobres que en Buenos Aires, pero también más locos, más alienados.

Que los londinenses viven mucho adentro de las casas. Por el frío, por la lluvia, porque lo único gratis es el aire, porque no es fácil apropiarse de esta inmensidad urbana, o qué se yo por qué.

Que “el” lugar de socialización es el pub, y entonces qué truchez de socialización: una excusa para emborracharse o para hacer lobby después de la oficina, pero de comunicación auténtica ni hablar.

Que la policía trabaja más o tiene más trabajo, porque en mi vida escuché tantas sirenas de patrullero en un solo día.

Que los kioscos de diarios rebalsan de magazines cholulas, pero ni una revista cultural o de análisis político (a lo sumo, me dijeron, se venden por suscripción).

La lista sigue y empareja un poco la balanza. La gente acepta la diversidad, no la “tolera”. El medio ambiente, los derechos del consumidor, la protección de la niñez no son entelequias. No hay pibes cartoneando, el yogur más básico anuncia que no contiene colorantes artificiales, hay mucha gente que ha adoptado la querida bolsa de los mandados para ahorrar plástico... Y como toda lista, no es exhaustiva.

Discúlpenme esta compulsión maniática de archivera vieja. Qué le vamo' hacer... ya aprenderé a desclasificar(me).

domingo, 17 de agosto de 2008

Tránsito

A riesgo de ser esquemática, me atrevo a decir que tres cosas nos diferencian de los londinenses en cuestiones de transporte: manejan despacio, ceden el paso y hacen señas (contrariamente a lo que dicta la tradición argentina, si un tipo va a doblar, pone el guiño; y si pone el guiño, dobla). Eso hace que se den situaciones muy extrañas para oriundo de la Santa María del Buen Ayre, a saber:

- en un cruce de dos calles doble mano, cualquiera puede doblar para cualquier lado

- se puede estacionar en contramano (provocando el subsiguiente pánico de los ciclistas abatatados que pensamos que nos equivocamos de calle)

- hay sendas peatonales sin semáforos, que al solo contacto con el dedo gordo del pie de un transeúnte genera la clavada de frenos de cualquier rodado cercano

- el semáforo, después de la luz roja y antes de volver a dejar circular libremente a los autos, atraviesa una etapa intermedia, un parpadeo ambiguo que significa “prioridad pero no exclusividad” para los caminantes; con lo cual si no hay peatón a la vista el coche puede pasar

Ahora, un simple ejercicio de imaginación: ¿se dan una idea del caos que sería permitir todo eso en Buenos Aires?

No sé si acá es posible porque los ingleses (o la mayoría) son obedientes por default o porque el respeto se forjó a fuerza de multas carísimas, pero la cosa funciona. Habiendo padecido mi vida sobre dos ruedas en Argentina, debo decir que éste es uno de los detalles del “modo de ser” británico en que no me molesta cierta tendencia a la genuflexión.

domingo, 10 de agosto de 2008

Polvo

Tengo alergia. No sé a qué, pero la evidencia es terminante: me lloran los ojos, siento que me creció un hormiguero adentro de la nariz y estornudo cada vez que puedo, con una sensación de alivio escatológico.

Tiene que ver con Londres, eso seguro. En ocho años de trabajo entre papeles del siglo XIX nunca sentí la más mínima comezón. Ni los famosos plátanos de Buenos Aires me hicieron su víctima por aquella época.

Espero que sea una cuestión veraniega, el polen de alguna planta en extinción o algo así. Llega a ser alergia al polvo y estoy frita. Londres es la ciudad más polvorienta que conozco (bah, tampoco conozco muchas). Un día le das a la gamuza con Blem como una maniática (biblioteca, muebles, puertas, gato), tres días después ya tenés una superpoblación de partículas instaladas de nuevo. Ocupas tenaces, que le dicen.

Supongo que el fenómemo tiene que ver con el ritmo de vida londinense, tan vertiginoso. Pero ni idea si es la polución o la gente, que se gasta más rápido acá.

lunes, 4 de agosto de 2008

Pilcha

Pasa que en esta ciudad la gente no se viste: se echa la pilcha encima. Todo el mundo tiene algo de descuidado en la ropa, de puesto así a la que te criaste. Y de la plancha ni hablar, un artículo arqueológico para los ingleses por lo visto. Y eso que ni me meto con el tema de las combinaciones, que es un capítulo aparte.

La cosa es que hay una desprolijidad reinante, aceptada, tal vez hasta buscada, quién te dice. Y quizás ése sea uno de los vestigios punks más auténticos de Londres. Antes que los chicos prefabricados con cresta y chupines, seguro.