lunes, 29 de septiembre de 2008

Sol


El último coletazo del "verano" (así, entre comillas) en Greenwich Park. Como cada vez que hay una gota de sol, los londinenses marchan hacia el verde a recordar que hay un cielo, con la molesta incertidumbre de no saber cuánto tiempo durará.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Como un relojito

Una vez escuché a una nena de unos cinco años, hablando con otra de la misma edad, decir “to be precise...”(para ser precisos) y continuar con la explicación de algo que no llegué a escuchar. ¡Cinco años! Cinco años y ya han abrazado modismos como ése que, para ser precisos, me lleva a pensar en toda esta cosa de la exactitud inglesa.

Es cierto que cuando acá comprás algo por 99 peniques y te dan 1 de vuelto es porque la plata vale, los centavos valen (más que en Argentina). Pero también porque es “precisamente” justo y riguroso.

En 31 años allá, y siendo nieta, sobrina y ahijada de zapateros (!), nunca vi que se le midieran los pies a nadie, para constatar si es número 11 u 11 ½, o los dos a la vez (en un pie y el otro, respectivamente). Para ser precisos.

En 31 años de cocinar torta fácil, torta sin huevo, torta rápida, y hasta budín inglés, nunca supe lo que era una “teaspoon”. De hecho, cuando lo leí en un libro acá, pensé “ah...ok, una cuchara de té”. Hasta que una amiga me mostró que era una cuchara especial, que viene en set con otras, como un manojo de llaves de mecánico. Para ser precisos.

Tanto fanatismo por la medición me genera un poco de rebeldía adolescente. Hasta que encuentro el desborde y la imprecisión en otras cosas: la desprolijidad de la vereda, la demora del tren... Ahí se me pasa. Ahí me doy cuenta de que lo que se contiene por un lado, explota por el otro, como una metáfora escatológica que compensa los extremos. Qué Londres bipolar, que lo parió.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Al pan, pan

“Londres te pone cuatro, cinco kilos” me dijo una amiga que vivió acá diez años. Y yo lo sello, lo firmo y lo certifico. ¿Es el frío? Puede ser. ¿La vida hogareña? También. Pero seguro que, además, colabora la oferta alimenticia infinita y multicultural a precios nada picantes.

Mis gustos están cambiando. O mejor dicho se amplían. Nunca antes había probado
queso brie, o taramasalata, y ahora son parte de mi dieta básica. El sushi dejó de ser algo de copetudos fashion, y, en lugar de empanadas, el delivery trae comida india.

Claro que tampoco he encontrado una pizza decente, digamos...real. Es increíble cómo le meten el perro a la gente haciéndole creer que ese masacote gomoso y grasiento es la tradición italiana hecha alimento. En cuanto a los helados, no hay nada, pero NADA que tenga un mínimo denominador común con el chocolate amargo de Volta (qué tiempos aquéllos).

Vengo leyendo varios blogs y post y cosots sobre la “adaptación” de los que se fueron. No emito opinión porque no lo tengo claro ni para mí. Pero si tal cosa existiera, debo decir que en mi caso, la comida (tan íntima y tan social a la vez) algo tendría que ver en el asunto. Por ahora sólo se trata de descubrir esas pequeñas mutaciones de la vida cotidiana. Porque somos lo que comemos, en más de un sentido.