Hice un paréntesis en mi vegetarianismo y fuimos a comer fish and chips a Covent Garden. Viernes a las 7 de la tarde. Léase: el lugar, hasta las manos. Y nosotras, dos argentinas acostumbradas a darle a la lengua, supusimos que la cosa era como estar en una pizzería de Buenos Aires (o de Rosario).
Y después de deglutir la merluza con papas (ejem…fritas en manteca), estiramos la cervecita a más no poder. Bah, en realidad podíamos más. El que no podía más era el mozo. Iba y venía, todo nervioso ante semejante fenómeno: la sobremesa.
Algo que no existe en Londres, donde la gente espera, se sienta, come y se va. Cuestión que el tipo no lo soportó y nos trajo la cuenta sin haberla pedido (!). Y apenas amagamos a mirarlo para pagar, ya estaba ubicando a otros en nuestra mesa. Sí: te-rri-ble.
Me acuerdo de mis tiempos de adolescente, pobre y bohemia, cuando nos juntábamos en un café y con un cortado aguantábamos toda la noche charlando, escribiendo, dibujando, y al mozo no se le ocurría decir ni mu.
Pero estas tabernas londinenses (y en los restaurantes chinos, y seguro que en otro tipo de locales también) uno no es una persona. Como mucho es una boca (sistema digestivo incluido) y una tarjeta de débito.