Lo que me tiene sorprendida son algunas… ¿cómo llamarlo? prácticas sociales tal vez, relacionadas con los diarios. Sobre todo, con los diarios gratis que reparten en el subte.
Primero, que hablen to-do-los-dí-as de la misma gente, léase: las hijas de los íconos del punk de los ’80 (en general, tras los pasos de sus progenitores en términos de “reviente”), más una porción de Kate Moss, una pizca de Spice Girls, y un toque de algún clásico como McCartney. No importa si es la edición de hoy o la de hace un año, los personajes son siempre los mismos.
Segundo, que publiquen una columna con mensajitos de personas que buscan a otras con las que tuvieron un mínimo contacto, del tipo: “Para la hermosa dama en Central Line, el jueves 10 de abril hacia White City. Tú: blusa blanca, pantalones negros. Yo: traje gris. Nuestras miradas se encontraron, tú sonreíste. ¿Un trago?” ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta de que es algo impensable para Argentina? ¿Que si te gusta alguien en el subte, lo mirás y te sonríe, lo último que vas a hacer es publicar un aviso en el diario?
Por último: los pasajeros leen este tipo de pasquines entre estación y estación y, cuando llegan a destino, lo dejan en el asiento y se bajan. Lo dejan para el próximo pasajero, que lo toma, lo lee entre estación y estación, y lo vuelve a dejar en el asiento antes de bajarse. Como una biblioteca popular rodante. El único rasgo de socialismo que vi hasta ahora en medio de la vorágine consumista. Podría socializarse algo más decente, lo sé, pero no deja de ser un detalle simpático. Algo es algo.