martes, 22 de abril de 2008

De newspapers y otras yerbas

En cuestiones periodísticas, Londres es una ciudad de extremos. Los mejores y los peores diarios (estoy muy tentada de decir “del mundo”) conviven en estos 1600 kilómetros cuadrados. No hace falta dar nombres y descuento que es tema de estudio en las carreras de comunicación.

Lo que me tiene sorprendida son algunas… ¿cómo llamarlo? prácticas sociales tal vez, relacionadas con los diarios. Sobre todo, con los diarios gratis que reparten en el subte.

Primero, que hablen to-do-los-dí-as de la misma gente, léase: las hijas de los íconos del punk de los ’80 (en general, tras los pasos de sus progenitores en términos de “reviente”), más una porción de Kate Moss, una pizca de Spice Girls, y un toque de algún clásico como McCartney. No importa si es la edición de hoy o la de hace un año, los personajes son siempre los mismos.

Segundo, que publiquen una columna con mensajitos de personas que buscan a otras con las que tuvieron un mínimo contacto, del tipo: “Para la hermosa dama en Central Line, el jueves 10 de abril hacia White City. Tú: blusa blanca, pantalones negros. Yo: traje gris. Nuestras miradas se encontraron, tú sonreíste. ¿Un trago?” ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta de que es algo impensable para Argentina? ¿Que si te gusta alguien en el subte, lo mirás y te sonríe, lo último que vas a hacer es publicar un aviso en el diario?

Por último: los pasajeros leen este tipo de pasquines entre estación y estación y, cuando llegan a destino, lo dejan en el asiento y se bajan. Lo dejan para el próximo pasajero, que lo toma, lo lee entre estación y estación, y lo vuelve a dejar en el asiento antes de bajarse. Como una biblioteca popular rodante. El único rasgo de socialismo que vi hasta ahora en medio de la vorágine consumista. Podría socializarse algo más decente, lo sé, pero no deja de ser un detalle simpático. Algo es algo.

viernes, 18 de abril de 2008

Los profesionales de la bici


¿Qué son? Definitivamente, una raza superior. ¿Por dónde andan? Abundan en la City londinense, pero se los puede encontrar por toda la ciudad. Hora recomendada para el avistamiento: seis de la tarde, cuando salen de las oficinas rumbo a sus hogares.
¿Cómo reconocerlos? Fácil, por la vestimenta reglamentaria: chaqueta amarillo flúo, calzas negras y mochila outdoor. Eso, más todos los otros ingredientes de seguridad vial para el ciclista (todo eso que acá llaman “be seen, be safe”): casco con luces incorporadas, flash supersónico, ojo de gato furioso, fosforescencias a granel.

Saben perfectamente hacia dónde van. Nunca dudan. Jamás se pierden. Respetan los semáforos. No hay loma que los intimide. Y van rápido. Muuuuy rápido.

Si usted anda pedaleando por ahí, cual tortuga en su humilde bici de paseo, y se topa con uno de ellos… ni lo piense: ¡hágase a un lado! Pero hágalo sin titubear, con decisión, asumiendo dignamente su inferioridad bicicletil.

La bicicleta es una institución en Londres. Por lo caro del transporte, por el caos del tránsito, por toda la cosa de vida sana y deporte que le gusta a mucha gente. Pero, como en toda institución, hay jerarquías que respetar. O, si lo prefieren: todos los ciclistas son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

miércoles, 16 de abril de 2008

Continuidad de los parques

Los londinenses adoran los parques, ni que dudarlo. Debe ser una cuestión de equilibrio, de compensar la locura que infunde la ciudad, un cable a tierra. Eso es obvio. Lo que me sorprende es que los parques de Londres un día parecen la escenografía de “Sensatez y sentimientos” y al otro, el más aterrador paisaje de “Cumbres Borrascosas”.

Si hay sol, el panorama será de lo más bucólico que puedan imaginarse, el más horripilísimo (Mafalda dixit) efecto flou. Piensen en perros de brillante pelaje corriendo detrás de su pelotita, en madres paseando a sus niños (de preferencia, rubios), exultantes deportistas transpirando vida sana, parejitas haciendo picnic… algún que otro viejito solitario gozando de la caminata diaria.

Si, en cambio, el cielo está que revienta de gris, de pesadumbre, superpoblado de gordotas nubes plomizas, escupiendo chaparrones de a ratos, entonces todo cambia.
El barro emerge como una lava negra, devorándolo todo.
Los niños se empantanan como granjeros, enfundados en toscas botas de goma.
Los perros, bestias prehistóricas, andan acechando por ahí, certeros portadores de alguna peste.
El picnic se arruina.
Desaparecen los ingenuos corredores: aparecen los guerreros espartanos en misiones heroicas.
El viejo se agarra un catarro de los mil demonios.

Así es la cosa, nomás. El Dr. Jekyll y Mr. Hyde de los parques londinenses. Para mí, uno tan estimulante como el otro.

martes, 15 de abril de 2008

Bondi


¡Las veces que me habré tomado el 24…! No hay parada sobre Corrientes, de Villa Crespo al Obelisco, en la que no me lo haya tomado alguna vez… Hasta me taladró el cerebro noche tras noche cuando viví en un segundo piso a la calle, sobre Luis Viale, a pasitos del Cid. Es “el” colectivo de mi vida en Buenos Aires. Me acompañó en tantas situaciones…

Y ayer me lo volví a tomar al 24, pero desde Victoria Station hasta Camden Town. Que es como un tour gratis por Londres. Más si uno tiene la suerte de pasar por la Abadía de Westminster justo justo cuando están sonando las campanas, justo justo para dejarse envolver por ese sonido medieval. Mejor todavía si está cayendo el sol, y el Parlamento se vuelve una caverna gótica, monstruosa, dorada, fuera de escala.

Cuando llegamos a Trafalgar Square, enclave turístico londinense “de manual”, por primera vez reparé en un imponente edificio, frente a la archifamosa National Gallery… nada menos que la Embajada de Sudáfrica. ¿Qué tal? Esa centralidad del colonialismo me sorprendió. Casi una obscenidad, diría.

Después, la Avenida Corrientes pero de Londres: Charing Cross Road, la calle de las librerías. De todo tipo, color, atmósfera y estrategia de marketing: desde las grandes cadenas con cuatro pisos y ascensores, hasta los sucuchos al mejor estilo librería de viejo de Buenos Aires. La mejor es Murder One, una que vende sólo novelas de detectives. La especialidad de la casa: Sherlock Holmes.

Viejo y querido, o nuevo y excitante, el 24 es un must (como les gusta decir a las revistas londinenses) para el bolsillo del porteño o la cartera de la inmigrante argentina.

domingo, 13 de abril de 2008

Inaugurar


“Por dónde empiezo” me dije, y me respondí: “por el barrio”. Porque, después de todo, éste es un blog que habla de barrios, de tierras, de emplazamientos y desplazamientos.
Y acá vamos con este miniaguafuerte inaugural sobre mi extraño (más por raro que por ajeno) nuevo barrio vecino: Camden Town.

Que parece que en una época, hace como treinta años, fue el epicentro del punk, así como San Telmo lo fue del tango, y ahora es poco más que una caricatura de sí mismo.
Los niños envueltos en cuero y metal, portadores de crestas dignas del talento de Miguelito Romano, son tan “pura escenografía ad hoc” como las parejas bailando canyengue en la calle Defensa.

Hay que decir, mal que nos pese, que el turismo se ha encargado de minar la autenticidad de estos lugares. Lo que otrora fue la expresión de un espíritu transgresor, hoy es una sórdida Disneylandia hecha a la medida de la expectativa del cliente. Satisfacción 100 % garantizada.

Lástima por Camden y por San Telmo, pero no por el punk o el tango, que seguro están vivitos y coleando, por algún otro lado.