Estuve unas pocas horas en Buenos Aires y quise ir a comer pizza de parado a Guerrin con mi amigo Santi (ex periodista, futuro coreógrafo, eternamente poeta de lenguaje poderoso). Y ni bien entramos a ese antro de la fritura lo vemos, paradito detrás de la caja, como desde el principio de la Historia de la Humanidad imagino yo. El tipo viene cobrándome la pizza de verdura que me pido cada vuelta desde la primera vez, hace casi diez años.
Con Santi pensamos en el alivio que es descubrir que a pesar de que uno se vaya y vuelva, haga y deshaga, se case y se divorcie…siempre va a haber un cajero de pizzería justo a la vuelta de la esquina, para demostrarnos que el mundo sigue siendo mundo.
1 comentario:
Me conmovió lo que escribiste.
Es verdad eso. La nostalgia de las cosas habituales tiene peso y al comprobar que ´siguen estando, uno se siente reconfortado.
Besos
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